miércoles, 5 de septiembre de 2007

Patrimonio Naval

Introducción

A partir de la llegada de Rubén Collado al Uruguay en 1984 y encontrar la Fragata Española Nuestra Señora de Loreto, nació el interés de la Comisión de Patrimonio Histórico la que hasta el momento, estaba dedicada a proteger los Edificios Históricos y Representativos del devenir de la ciudad.
En oportunidades esta Comisión controlaba la salida del país de “Antiguos Vehículos”, conocidos comúnmente con el nombre de “Cachilas” de larga permanencia en el Río de la Plata.
Su primer acto náutico fue declarar Monumento Histórico Nacional a la Fragata Nuestra Señora de Loreto un 27 de febrero de 1986.
La Fragata permanece aún hoy luego de más de 17 años de su declaración, en el mismo lugar sin estudiarla, ni extraerla.
“Siempre entendí- dice Collado- que Patrimonio es lo que uno tiene, lo que se puede ver y lo que contribuye al crecimiento intelectual del ser humano. Lógicamente, existen patrimonios culturales intangibles, como sucede con el Himno Nacional de cualquier país o sus marchas patrióticas, aunque todos ellos pueden ser percibidos por el sentido del oído y eso los convierte en tangibles.
Sin embargo, al tratarse del Patrimonio Naval, es algo concreto, sólido, en la mayoría de los casos totalmente apreciable, que nos da datos sobre la vida de los primeros navegantes que tuvo el Río de la Plata, y con quienes tendremos la incalculable deuda de los legados que disfrutamos en el presente.”

Se trata de embarcaciones, artillería, objetos de abordo, tesoros que transportaban, cargas, entre tantas cosas.
Este Patrimonio sumergido no contribuye al crecimiento cognoscitivo ni intelectual del ser humano. Sólo se puede decir a los jóvenes y a las generaciones que vendrán que, allí debajo de las aguas del Puerto de Montevideo está sepultada por el fango una fragata española que se llamó Nuestra Señora de Loreto, naufragada en 1792 y que cuando estaban a punto de rescatarla en 1986 fue declarada Monumento Histórico y ya no la podrán ver.
Mejor hubiera sido recuperarla, preservar correctamente sus materiales extraídos y con todo eso formar un Museo del Patrimonio Histórico Naval, a donde todos pudieran tener acceso para conocer más detalles de la Historia Naval del Río de la Plata, de nuestros primeros navegantes y de aquellos aguerridos colonos con quienes tendremos la eterna deuda de nuestra culturización.
Hay naciones que han reconvertido este tipo de actividades de rescate submarino en un recurso económico para su país. Se han generado un sin fin de fuentes de trabajo en torno a estas operaciones.
En Suecia, las divisas que ingresan al país lo hacen en su gran mayoría por los visitantes al Museo del Wasa.
Es cierto que el Puerto de Montevideo necesita ampliar su playa de contenedores, para ser realmente el puerto de aguas profundas del Río de la Plata. Es cierto que el país necesita la prosperidad y el avance económico que le aportarán el aumento de su tráfico comercial.
Pero también es cierto que se podrían haber realizado ambas cosas sin obstaculizar una a la otra. Quizás la tozudez primó ante la visión de un futuro que podría haber estado muy próximo.
“La Loreto”, de haber sido rescatada, ya estaría preservada o en vías de serlo. Y muy pronto la Humanidad disfrutaría del asombro que emanara de su Historia.
Sin embargo continúa allí, a la espera de ser sepultada por el cemento que viene de la mano del progreso productivo, que la obligará no sólo a permanecer en las sombras de las aguas de la bahía de Montevideo, sino que la sentenciarán al anonimato total por siempre, permitiendo que el paso del tiempo la destruya.
Esto fue lo que hicieron con la fragata española Nuestra Señora de Loreto, las autoridades de la Comisión de Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación, un 27 de febrero de 1986.
Hoy corre el 2003 y los mandos actuales aún no salen del estupor que causa conocer una declaración de tal magnitud.
“Dejar un naufragio antiguo sumergido, si se tiene la posibilidad de rescatarlo, es ignorar la Historia y permitir que el tiempo lo destruya.” Rubén Collado

Depredadores y buscadores de tesoros
Los Buscadores de naufragios antiguos no son destructores, ni depredadores de la Historia. Por el contrario, ellos llenan un vacío que los estados no pueden cubrir, tanto por no disponer de la capacidad operativa, como por carecer de recursos económicos para afrontar los costos de una expedición.
Toda expedición debe estar muy bien documentada: investigación de archivos, historia popular, libros, cartas náuticas, modernas y antiguas. Deben contar con un excelente equipo de detección submarina, embarcaciones apropiadas y personas especializadas en todos los temas.
El personal debe ser integrado y entrenado por gente de características especiales y llegar a cubrir las necesidades operativas. Técnicos, profesionales, ingenieros en electrónica, oceanógrafos, historiadores, químicos son algunos de los que integran el soporte de una expedición. Luego están los buzos, en este caso, especializados en aguas turbias, sin ninguna visibilidad, verdaderos héroes anónimos de estas operaciones de rescate.
Sería absurdo y peligroso que un estado gastara dinero en una de estas inciertas aventuras, máxime en los momentos en que viven las naciones que atraviesan apremiantes necesidades sociales, económicas y de seguridad.
Tanto el poder político como la ciudadanía se opondrían a ello.
Por eso, surge la necesidad de contar con estos equipos de rescatadores de Naufragios Antiguos.
Ellos cubren todos las dificultades por su cuenta. Concretan el proyecto de Búsqueda y Rescate de estos naufragios y el Estado en donde trabajan recibe un porcentaje del producido bruto, de lo recuperado, sin compartir ningún riesgo con los expedicionarios.
¿Quiénes son entonces los depredadores, los que permiten que la Historia se destruya y se pierda en la noche de los tiempos?